Juan Crisóstomo: El gran comunicador del siglo IV
Autor: Inmaculada Berlanga Fernández
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Sumario:
1
San Juan Crisostomo.
1.1
Extraordinarias dotes retóricas del
Crisostomo.
1.2
El crisostomo se nos muestra como un profundo conocedor de los
entresijos del ser humano, avalado por su coherencia
personal.
2
Valor de lo clásico.
El
Autor es, Doctora en Filología Clásica. Docente y Directora del
Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la ESCO (Escuela
Superior de Comunicación de Granada). Miembro del Grupo
Comunicar.
Introdución:
“Quiero que mis palabras digan lo que yo quiero que digan,
y que tú las oigas como yo quiero que las oigas” (Pablo
Neruda).
Estas conocidas palabras del poeta chileno plasman una
constante en los hombres de todos los tiempos: el convencimiento de
que la palabra articulada constituye el más perfecto vehículo de
nuestro pensamiento; y su consecuencia: el deseo de dominar esta
facultad humana.
Ya
los griegos, conscientes de la virtualidad del logos, comenzaron a
desarrollar el arte de hablar bien y pusieron las bases de la
elocuencia o retórica. Así, Platón cifró esta ciencia en ganarse la
voluntad humana a través de la palabra, y su discípulo Aristóteles,
además de definir al ser humano por el lenguaje (el animal que
habla), describió detalladamente el método y las técnicas de la
elocuencia.
En
la actualidad observamos que todo aquel que pretende desarrollar
con éxito su actividad profesional y social experimenta la
necesidad de mejorar el uso de esta competencia lingüística;
dominar la lengua se plantea como objetivo, tanto a nivel de
formación especializada (formación de políticos, portavoces,
publicistas,…), como a escala personal. Y es que la variedad y
riqueza de situaciones socio-comunicativas en las que nos podemos
encontrar hoy día nos da una pauta de la multiplicidad de registros
de uso (hablado, escrito, formal o informal….) que debe conocer una
persona culta para desenvolverse con un mínimo de soltura y
eficacia expresivas. Constatamos que la persona que se expresa bien
es muy valorada en el mundo laboral y social: de entrada presupone
pensar bien, ser ordenado, claro, poseer capacidad de análisis y de
síntesis, usar bien el idioma, saber acomodar lo que hay que decir
al objetivo y destinatario del discurso1 . Nos interesa, por tanto,
estudiar a los genios que a lo largo de la historia han brillado en
el campo de la retórica para aprender las claves de su
éxito.
1. San Juan
Crisóstomo
Se
ha escrito con toda razón que la elocuencia ha producido a lo largo
de la historia tres grandes genios: Demóstenes entre los griegos,
Cicerón entre los latinos y el Crisóstomo entre los orientales
(Vandenberghe, 1961: 11). La autora del presente estudio subraya la
verdad de esta afirmación tras “convivir” durante ocho años con la
obra de uno de estos personajes en su lengua original2 . Pero de
entrada, cuando alguien se acerca al autor que ocupa nuestro
artículo, ya queda sorprendido ante algunos datos que suelen
recoger sus biografías. Por ejemplo: que sus discursos -algunos de
dos horas de duración- arrancaban aplausos de los oyentes
enfervorizados; que ya sus mismos contemporáneos le aplicaban la
frase: “De su boca salían palabras más dulce que la miel”; o que un
siglo después de su muerte a partir del siglo VI, sería ya
reconocido como el Crisóstomo o “boca de
oro”.
No
es de extrañar que el papa Pío X lo proclamara patrón de los
predicadores.
Si
nos preguntamos ¿cuáles fueron las claves de su éxito? ¿Qué le hizo
ser considerado una de las personalidades más atrayentes de su
época? Sin duda podríamos señalar dos aspectos
fundamentales:
sus
extraordinarias dotes retóricas, y el hecho de mostrarse como un
profundo conocedor de los entresijos del ser humano, sabiduría
avalada por su coherencia personal.
A
continuación examinamos brevemente cada una de estas
afirmaciones.
1.1. Extraordinarias dotes retóricas del
Crisóstomo
Sin
lugar a dudas, un orador de la talla de Juan Crisóstomo estuvo
especialmente dotado de las facultades innatas que le hicieron
pasar a la historia como un genio de la retórica. Pero como reza el
proverbio latino, “poeta nascitur, orator fit”, también cultivó a
lo largo de su vida los talentos recibidos. Los datos biográficos
que aportamos dan cuenta de ello3:
Juan nació en Antioquia entre el 344 y el 354. Pertenecía a
una familia distinguida que le procuró desde edad muy temprana una
esmerada educación. Gracias a su condición social destacada tuvo
acceso a una exquisita formación intelectual. Sus maestros fueron
el filósofo Andragathius y el célebre retórico pagano Libanio.
Pronto la semilla dio su fruto. Juan se nos revela como amante de
la palabra: “Un hombre que no ama la palabra es menos racional que
un jumento; desconoce el privilegio con el que ha sido honrado y de
dónde le viene tal honor4” . En ella descubre su vocación humana a
la comunicación. La dispensación de la palabra lo enriquece como
persona y como cristiano. Esta sensibilidad que demuestra ante el
fenómeno de la comunicación la plasma magistralmente en su obra,
descrita por uno de sus traductores como “generosa en cuanto a su
elocuencia arrebatadora” (Toribio, 1997:
17).
No
podemos pasar por alto la situación histórica que rodea a nuestro
autor. El Crisóstomo vivió en un periodo en el que se fraguó el
tránsito de las comunidades cristianas, inmersas en una sociedad
pagana, a la sociedad cristianizada, fenómeno histórico de la mayor
importancia, que influyó notablemente en la vida de la Iglesia.
Durante este siglo y el siguiente la ciencia teológica realizó
inmensos progresos; es el periodo de esplendor de la literatura
patrística. Los Padres de la Iglesia realizaron una gran producción
literaria y teológica no sólo a causa de la libertad obtenida por
la Iglesia, sino también a causa de las arduas controversias
doctrinales en torno a algunos dogmas. De entre los teólogos
orientales, agrupados principalmente en dos Escuelas, la de
Alejandría y la de Antioquia, destacó Crisóstomo, perteneciente a
esta última, como uno de los testigos más relevantes del desarrollo
dogmático experimentado en el siglo IV.
Así, su formación oratoria y el esfuerzo por trabajar el
discurso quedan patentes en los recursos empleados en la obra del
predicador antioqueno. Apreciamos que la estructura retórica que
sigue responde al esquema de las partes que debe tener un discurso,
ya establecido desde la antigüedad grecolatina. Cierto que si las
examinamos concluiremos que en realidad son la aplicación de la
psicología humana al arte de la oratoria. Por eso apenas han
sufrido modificaciones a lo largo de la
historia5.
En
cuanto a los muchos recursos estilísticos empleados en su obra,
destacan aquellos que contribuyen retóricamente a captar la
atención del lector, persuadirlo o distraerlo
agradablemente.
Es
habitual en sus discursos que en el exordio se encuentre una
conexión con alguna circunstancia particular que toca de cerca la
vida de los oyentes. Suele acudir al recurso de la “captatio
benevolentiae”.
Así
inicia una de sus explicaciones: “Yo me admiraba de vosotros por la
atención y el interés con que escuchabais, y porque trasmitiendo
un
discurso largo en extremo, nos seguisteis hasta el final; y
eso que no sólo era un discurso prolongado, sino que encerraba una
gran dificultad. Pero ni la extensión, ni la dificultad venció
vuestra atención. Así pues, tratemos de recompensar aquel esfuerzo
vuestro hablando hoy más claramente para vosotros”6 En otras
ocasiones incita a la curiosidad del auditorio: “Algo grande y
misterioso es lo que el Profeta se dispone a dialogar ahora con
vosotros”7
.
Juan quiere influir sobre su público: persigue levantar a
los fieles a salir de la mediocridad y tomar el camino de la
verdadera conversión. Con ese objeto se prodiga en toda clase de
recursos para llegar al oyente, entretenerle, captar su atención y
persuadirlo a la práctica de la virtud. Utiliza logrados ejemplos,
comparaciones y referencia a las diversas circunstancias ordinarias
que tocan de cerca la vida de los oyentes, sazonados a su vez, de
una gran belleza poética. Valga un ejemplo sobre el enfoque de la
muerte: “Igual que el agricultor, cuando ve el grano que se pudre y
muere, no se desanima ni le aflige la tristeza, sino que entonces
se alegra sobremanera y se anima al considerar que esa destrucción
es principio de algo mejor y fundamento de la mayor felicidad; así
también el justo que se goza con los hechos buenos y espera cada
día el reino, cuando ve la muerte puesta ante sus ojos, no se
angustia, como muchos, no se agobia ni se inquieta; sabe que la
muerte de los que vivieron rectamente es un paso a algo mejor, un
tránsito hacia las cosas más virtuosas y el camino hacia las
coronas”8 Emplea nuestro autor ejemplos sencillos y un sentido
práctico y común, acorde a las características de su público: “Amar
es fácil y asequible. Si Dios hubiera dicho: Vosotros que sois
hombres, amad a las bestias, sería un precepto difícil; pero si
ordenó que los hombres amen a los hombres donde lo semejante y lo
afín ejerce una fuerte inclinación y la recomendación es de parte
de la naturaleza, ¿qué dificultad puede
haber?”9
Nuestro orador, como manifestación de un excelente dominio
de su arte, también consigue conectar con el público con el uso de
un estilo directo -es muy abundante el empleo de la interrogativa
retórica-, por medio de continuas interpelaciones, diálogo que
imagina con sus personajes, exhortaciones y reflexiones unas veces
colmadas de emotividad, otras llenas de dura represión. No falta
tampoco en la obra de Juan Crisóstomo un toque de humor y de ironía
sutil (en forma de paradoja, exageración o contraste), como otra
forma de comunicación con el oyente, e instrumento retórico al
servicio del discurso. Así ironiza contra la resistencia de los
judíos para creer, ridiculizando sus excusas; se ríe abiertamente
de los enemigos del justo, o del diablo; e introduce al mismo Dios
hablando con un deje de comicidad –algo frecuente en algunos
pasajes del Antiguo testamento-: “Sin embargo, para que no piensen
os bárbaros que soy necio, dejo pasar vuestros pecados y os
salvo”10.
L
os ejemplos al recurso de la ironía son constantes y ciertamente
llamativos, máxime cuando trata frecuentemente temas que se pueden
calificar como serios, por rozar lo sacro y el misterio. J.F.
Toribio realiza un magnífico estudio en la introducción de su
traducción, ya citada anteriormente.
Concluyamos con él que Crisóstomo al promover esta
complicidad retórica con su auditorio, alcanza aquella comunicación
silenciosa mediante la cual el público capta el auténtico
significado de los contrastes irónicos. En este sentido decimos que
la ironía permite la participación activa del oyente en el discurso
oral o escrito; estimula su imaginación, evita acoger pasivamente
un mensaje; envuelve al lector en el proceso de comunicación de un
modo tan personal que su respuesta ante la información recibida es
siempre un hallazgo original y distinto en cada
uno.
1.2. El Crisóstomo se nos muestra como un profundo
conocedor de los entresijos del ser humano, avalado por su
coherencia personal
Juan conecta con su público por su profunda humanidad. Pero
el conocimiento del interior del hombre, la maestría que despliega
para describir las pasiones de sus personajes, no es, ni algo
postizo ni sólo un recurso adquirido. La convicción con que ensalza
las grandezas y condena o disculpa las miserias humanas, está
respaldada por la coherencia de su propia vida. El empeño por
adquirir los valores humanos y cristianos será una constante de su
biografía. Así consta que desde el primer momento de su ministerio
episcopal, se esforzó por eliminar una serie de abusos extendidos
en el clero de su época, hecho que le creó enemigos. Pronto queda
claro que su nombramiento para la sede de la capital imperial,
Alejandría, no encajaba con la sencillez de su carácter noble y
carente de la debida diplomacia para ese encargo en una corte llena
de intrigas. Hizo importantes esfuerzos por erigir hospitales,
socorrer a enfermos a pesar de la oposición que encuentra. La
emperatriz Eudoxia, influida por algunos clérigos enemigos de
Crisóstomo, junto con algunas damas de la corte se coaligaron
contra él. Pero Juan es valiente y no se amedranta. Llegó un
momento en el que el emperador mandó que cesara en sus funciones
eclesiásticas; mas, desoídas estas órdenes, cuando Juan celebraba
la administración del bautismo en la noche pascual del año 404, la
ceremonia fue interrumpida por la intervención armada. Pocas
semanas después el emperador firmó una orden de exilio. Crisóstomo
se trasladó a Cucusa de Armenia, adonde durante tres años acudían
desde Antioquia muchos antiguos admiradores de sus dotes de
predicador, por lo que sus enemigos decidieron desterrarlo a Pitio,
lugar inhóspito en la extremidad oriental del Mar Negro. De camino
a es lugar, Juan fallecerá. Sus restos mortales fueron traídos en
procesión a Constantinopla en el año 438 y enterrados en la iglesia
de los póstoles. El emperador Teodosio II, hijo de Eudoxia,
fallecida en el 404, recibió el cortejo fúnebre y pidió público
perdón por sus padres.
Hemos traído a colación estos datos biográficos del autor
que estamos estudiando para subrayar la siguiente afirmación: el
éxito de un discurso no sólo radica en el discurso mismo. Quizá más
determinante sea el talante del orador y la predisposición del
oyente. Esta absoluta necesidad de aparecer como orador persuasivo,
por creíble –demanda del público actual-, responde a una de las
tesis más defendidas por los clásicos. Nos quedamos con el consejo
de Cicerón a los oradores en su “Bruto”: “La cordura es el
fundamento de la elocuencia, como de todo lo demás. Lo más difícil
en ella, así como en la vida, es ver lo que pide la decencia, y por
ignorar esto se yerra muchas veces”.
No
hace falta argumentar que la incoherencia o la mala “prensa” del
orador estropean singularmente los efectos de su elocuencia, aún
cuando ésta sea verdaderamente encendida y
espontánea.
En
este sentido transcribimos las declaraciones del cineasta ruso
Andrei Tarkovsky, publicadas recientemente en una reveladora
entrevista que permanecía inédita desde los 70: “Hoy en día parece
de buen tono que cuando te consideras a ti mismo un artista lleves
una doble vida. Lo que ese artista está diciendo es hipócrita (…).
El arte es moral (…). Quiero decir que los profesionales que no
tienen una actitud moral o una perspectiva estética, no tienen
derecho a llamarse a sí mismos
artistas”11.
2. Valor de lo
clásico
A
través de los siglos las tesis sobre la oratoria formuladas por los
clásicos no han dejado de estar vigentes, en convivencia con otras
teorías más modernas que las han utilizado de base y
referencia.
Estudios científicos actuales sobre el arte de comunicar y
persuadir siguen citando a Aristóteles como apoyo de sus tesis;
escuelas de oratoria en sus cursos de especialización y formación
de oradores, políticos o expertos en comunicación, recogen las
técnicas descritas por los clásicos. Incluso en las universidades
más prestigiosas observamos una vuelta a las Humanidades12,
incluyendo en sus planes de estudios parte de estas técnicas
tradicionales.
No
está de más reflexionar una vez más sobre la actualidad de lo
clásico, término que reconoce el fruto de una serie de autores que
alcanzaron a realizar unos valores permanentes y ejemplares que
proyectarían su aliento sobre toda la cultura posterior de lo que
hoy se llama Occidente.
l
origen del término “clásico” lo encontramos en un pasaje de Aulo
Gelio (Noches Áticas, XIX, 8: 15): “Classicus” -junto a “assiduus”
y “proletarius”-, es un adjetivo de la terminología de la
organización social romana desde épocas muy remotas. “Assidui” y
“classici” se llamaba a los ciudadanos ricos, que ocupaban el
primer grado en la escala social.
La
base la constituían los que carecían de propiedades o “proletarii”.
Los humanistas del círculo de Erasmo empezaron a usar este término
en el ámbito literario, de modo que decir clásico pasó a ser
sinónimo de sobresaliente, permanente y
ejemplar.
No
obstante, no es de uso común hasta la época contemporánea, en cuyas
lenguas de cultura y coloquiales se emplea con los valores de
“excelente”, y “modélico”, y con el más banal, pero no menos
significativo, de “lo de siempre”. Desde principios del s. XIX se
aplica por antonomasia a las diversas manifestaciones literarias y
artísticas del mundo grecolatino, y por extensión, a las formas de
cultura que se inspiran en él. Pero ya en el s. XVI se había
introducido en las lenguas cultas, con referencia a la literatura,
para designar las obras o los autores, sobre todo antiguos, en los
que se reconocía una excelencia.
Entre estos clásicos, el mérito de los griegos fue sin duda
la originalidad. Ellos inventaron la filosofía, los géneros
literarios, las figuras de pensamiento y de dicción. Siempre se ha
dicho que los romanos copiaron a los griegos, pero al trasladar
este saber a otra lengua y a otro ambiente histórico y social, lo
enriquecieron y, lo más importante, lo dotaron de su dimensión
universal. Así, la permanente presencia clásica en las culturas
occidentales y modernas hace de los clásicos la fuente de la vida
del espíritu de nuestra civilización y de casi todos los pilares de
la misma.
Pero también destacamos el valor de los clásicos en sí. La
mayor parte de la antigua literatura griega y romana se ha perdido.
Sabemos que para la conservación de aquellos escritos que han
sobrevivido al paso de los siglos han intervenido en gran medida la
inteligencia y la voluntad de los hombres. Por tanto podemos
concluir que los textos salvados han sido los más importantes, más
leídos o más representativos de cada
género.
Conclusiones
Como escribió Juan de Salisbury en el siglo XII: “Somos
enanos a hombros de gigantes” y encaramados sobre sus hombros somos
capaces de ver más y de ver más lejos. Los genios que a lo largo de
la historia han brillado en el campo de la retórica siguen
iluminando a todos aquellos que pretenden desarrollar con éxito su
actividad profesional y social, y a los que sienten la necesidad de
mejorar su comunicación. Tenemos constatación de que a lo largo de
la Historia las tesis sobre la oratoria formuladas por los clásicos
no han perdido actualidad, inspirando o actuando de soporte a otras
teorías más modernas. En este sentido -sostenemos con Sánchez
Calerono parece nada anacrónico apelar a la orientación ofrecida
por los autores clásicos para tomar conciencia del poder de las
palabras, que en ningún caso es inocente y siempre sigue siendo una
parte fundamental en la argumentación de cualquier orador (Sánchez,
2006). Como en casi todos los temas, también en la comunicación es
obligado dirigir la mirada al mundo clásico, volver a las raíces de
nuestra cultura. Buena medida para entendernos
mejor.
Bibliografía
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1990.
BERLANGA, I., Comentarios a los Salmos de San Juan
Crisóstomo, I y II, Madrid, Ciudad Nueva,
2006.
CALVINO, I., Por qué leer los clásicos, Barcelona,
Tusquets, 1995.
CASSANY, D., La cocina de la escritura, Barcelona,
Anagrama, 1995.
CICERÓN, M. T., Bruto, Madrid, Alianza Editorial,
2000.
Davara , F.J., Estrategias de Comunicación, Madrid,
Edicciones Dossat, 2000.
Guardini, R., Ética. Lecciones en la Universidad de Múnich,
Madrid, BAC, 1999.
Iñiguez, L., Análisis del discurso. Barcelona, Editorial
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Morales, C. J., Guía para hablar en público, Madrid,
Alianza editorial, 2ª ed. revisada y ampliada,
2007.
Murguía, S., Manual de oratoria, México, Limusa,
2002.
Sánchez M. L. “El Reflejo de la Retórica Clásica en
Técnicas de Comunicación Actuales”, Razón y Palabra, nº 52, 2006,
en www.razonypalabra.org.mx.
Toribio, J. F., La verdadera conversión, Madrid, Ciudad
Nueva, 1997.
Vandenberghe, B. H., Saint Jean Chysostome et la parola de
Dieu, Paris, 1961
Notas a pie de págína.
1
Casado, M., Conferencia de apertura de las VIII Jornadas de
Innovación Pedagógica: Competencias lingüísticas en la sociedad
global, Marbella, 2007.
2
Inmaculada Berlanga Fernández es autora de Comentario a los salmos
de San Juan Crisóstomo, I y II Introducción, traducción y notas,
publicado por la editorial Ciudad Nueva en 2006; es la primera
traducción de esta obra escrita en griego a nuestra
lengua.
3
Las fuentes antiguas más importantes de la vida de San Juan
Crisóstomo son: Sócrates, Hist. Eccl. 6, 23; Sozomeno, Hist. Eccl.
8, 2-28; Teodoreto, Hist., eccl. 5, 27-36; y el Diálogo sobre la
vida de San Juan Crisóstomo, compuesto por Paladio hacia el año
408: Coleman-Norton, P. R. (ed.), Paladii dialogus de vita sancti
Iohannis Chrysostomi, edited with revised text, Cambridge 1928.
Confróntese también las ntroducciones a los volúmenes 15, 40 y 68
de la Biblioteca de Patrística de la editorial Ciudad Nueva, de
donde hemos extraído los datos más relevantes que presentamos en
este trabajo.
4
Crisóstomo, J., La verdadera conversión, III,
1.
5
Recordamos que las partes fundamentales del discurso son: Exordium
(exordio), Narratio (narración), Partitio (división), Argumentatio
(argumentación), Digressio (digresión) y Peroratio (epílogo). Hay
que decir que éste es el esquema de un discurso clásico. Sin
embargo no está de más advertir que no todos los oradores lo
seguían al pie de la letra ni en todos los discursos. Las
circunstancias en las que se desarrollaba, la situación del
auditorio, el tema que se iba a tratar, el conocimiento o
desconocimiento de la causa criminal que se defendía, etc. hacían
que el orador adaptase este esquema a sus intenciones. Sin embargo
en todas las obras de retórica antiguas se encuentra esta
disposición del discurso. Cf.: Los Géneros Literarios en Roma: La
prosa clásica. UNED, Madrid 1999.
6
Comentario a los Salmos, 41, 7, 5.
7
Ib., 41, 1, 1.
8
Ib., 48, 5, 4.
9
Ib., 5, 2, 1.
10
Ib., 8, 5, 4.
11
Cf. “Tarkovsky, a los 75”, El Cultural, en EL MUNDO, 5.4.2007, pp.
46-47.
12
La universidad de Harvard ha puesto en funcionamiento un plan de
potenciación de las humanidades, tras las conclusiones de una
investigación reciente realizada por la NAS (Nacional Association
of Scholars). Llevada a cabo entre las 50 mejores universidades,
concluía que “ya no se les exigía a los estudiantes una cultura
general basada en los elementos esenciales del
conocimiento”.
Cfr NEW YORK TIME,
20.III.06.
http://www.es.catholic.net/comunicadorescatolicos/733/2022/articulo.php?id=59228